Los ojos de los insectos. La pseudopupila.
La mayoría de los insectos tienen dos ojos compuestos relativamente grandes y de dos a tres ojos simples u ocelos. La superficie de cada ojo compuesto está formada por un número de unidades visuales, que puede ir de 12 a varios miles según la especie, de forma hexagonal o circular llamadas facetas u omatidios. Cada una de estas facetas es una lente lo que, según parece, supone que los insectos perciban las imágenes en mosaico y no un conjunto de imágenes similares como se creía tiempo atrás. Es posible que la imagen percibida sea menos nítida que la proporcionada por el ojo en cámara de los vertebrados al carecer de una lente central pero el campo de visión es más amplio, en lo que influyen también la forma convexa del ojo y su gran tamaño en relación al resto del cuerpo. Su ventaja radica en su capacidad de detectar movimientos rápidos lo que les facilitaría la búsqueda de presas y huir de posibles depredadores. Los ojos simples, los ocelos, están formados por una única unidad receptora u omatidio. Se sitúan en la parte superior de la cabeza, entre los ojos compuestos. Su función sería captar las diferencias en la intensidad de la luz, en base a las cuales se regulan determinados mecanismos fisiológicos del insecto así como su estabilidad en el vuelo. A veces, es posible observar un punto oscuro en los ojos compuestos de algunos insectos que recuerda la pupila de los vertebrados. Es la pseudopupila. La pseudopupila no es una pupila en sí misma sino el resultado de que los omatidios de una zona reflejen menos luz en la dirección del observador que los del resto del ojo, por lo que vemos una mancha oscura. Como la pseudopupila no es una estructura fisiológica sino el resultado de la incidencia de la luz en el ojo compuesto, no se localiza en un punto fijo del ojo sino que variará de posición si nosotros variamos la nuestra respecto al insecto, dando la impresión de que siempre nos mira. Fotografía: Uromenus rugosicollis (Serville, 1838).